Quítaseles después la membrana que las envuelve y se las baña en agua de cal para librarlas de las picaduras de los insectos. Para asegurar más su conservación suele encerrárselas, antes de ese baño, en cañas de bambú, y someterlas a la acción de un fuego lento durante tres meses. Las mejores son las que se arrancan a mano del árbol; siguiéndolas en valor las que se recogen de su pie después de caídas, naturalmente, y las menos estimadas son las silvestres.
En otro tiempo, los holandeses, que se habían hecho dueños de la Malasia, tuvieron el monopolio de la nuez moscada, y para sostenerlo, impidiendo la competencia, destruyeron inmensos plantíos valiéndose de medios violentos y hasta inhumanos, y limitaron el cultivo a la isla de Banda, que produce la mejor calidad de ellas, y a otras tres islas de aquel archipiélago; pero pronto se convencieron de lo poco discreto de tal sistema, tratándose de un producto de puro lujo y de uso limitado, y dejaron a los malayos la libertad de cultivarlo a su guisa.
—¡Hermosos árboles!—exclamó Cornelio acercándose a uno de ellos—. ¡Y qué olor tan penetrante el de sus frutas!
—Hay aquí una fortuna—dijo el Capitán—. ¡Qué desgracia tener que dejarla!
—Los indígenas la recogerán.
—No la aprecian, y la abandonan; como tampoco estiman