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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

al fuego y se la tuesta ligeramente revolviéndola sin cesar, y después se la lava y empaqueta.

Los granos así obtenidos adquieren un sabor más agradable y un color más rojizo.

A mediodía tenían ya doscientos panes secándose al sol. Como ya eran bastantes, pues los náufragos no podían cargar con un peso excesivo, abandonaron la harina sobrante a los pájaros.

Por la noche los panes, ya perfectamente secos, fueron envueltos en hojas de plátano, que los conservan muy bien, y amontonados bajo el cobertizo.

—Tenemos para un mes—dijo el Capitán—. Mañana nos podremos poner en camino, sin miedo de pasar hambre.

—Pero nos falta la carne—dijo Hans.

—Nos la procuraremos durante el viaje, glotón. Las aves no faltan en esta selva, y tampoco nos faltarán cuadrúpedos.

—Será prudente llevar con nosotros una provisión de agua—dijo Van-Horn—. No la encontraremos siempre.

—Es que no tenemos vasijas. ¿Dónde vamos a llevarla?—preguntó Cornelio.

—Tampoco las tienen los papúes—dijo el Capitán—; pero disponen de recipientes, y en sus canoas no falta nunca el agua dulce.

—¿Y cómo se las componen?

—Ahora lo verás.

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