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EMILIO SALGARI

Van-Stael. La costa meridional hace muchas curvas y vueltas y hacia el Suroeste avanza muchísimas leguas dentro del mar. Necesitaríamos más de un mes para llegar al río Durga.

—Y estamos sin víveres, tío.

—No nos pondremos en camino sin provisiones, Cornelio. No podemos contar siempre con la caza, que puede faltarnos.

—¿Y de dónde vamos a sacar los víveres?: yo no veo por aquí más que frutas, deliciosas, sí, pero poco nutritivas.

—Llevaremos con nosotros gran cantidad de galletas, mejores que las que nos han robado.

—¿Has encontrado alguna panadería?—preguntó Cornelio riendo.

—No; pero te aseguro que muy pronto tendremos todo el pan que nos dé la gana. ¿Es verdad, Horn?

—¡Ya lo creo! ¡Y qué pan, señor Cornelio!—dijo el piloto—. Seréis el hornero, y nosotros los amasadores.

—Quiero ver ese milagro.

—Y yo—dijo Hans.

—Ante todo busquemos para acampar un sitio más seguro y oculto—dijo el Capitán—. Los aires de estos lugares no son buenos para nosotros, y nos conviene un sitio donde podamos trabajar sin temor de que nos molesten.

¡Valor, muchachos! Alejémonos de este río, y vamos a escondernos en la selva.

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