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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

y en las yerbas para descubrir el lugar en que habían escondido la chalupa.

No llevaban mucho tiempo explorando, cuando Cornelio, que caminaba distante, se detuvo.

—Tío—dijo con voz alterada—. Creo que nos han robado la chalupa. El montón de ramas con que la tapamos debía estar aquí, y no lo veo.

—¿Será posible?—exclamó Van-Stael palideciendo.

Adelantóse; examinó con gran atención el lugar en que se encontraban, entreabriendo las malezas, y acabó lanzando una exclamación de ira.

—¡Infames!

—¿La han robado?—preguntaron acercándose Hans, Cornelio y Van-Horn.

El Capitán les indicó, con un ademán de desesperación, las ramas esparcidas por el suelo.

—¡Ah, ladrones!—rugió Cornelio, pálido de ira.

—¡Estamos perdidos!—exclamó el piloto.

En efecto, la chalupa ya no estaba allí. Aunque había sido perfectamente escondida entre las yerbas y luego recubierta de ramas y de hojas, o los piratas o sus enemigos la habían encontrado y se la habían llevado. Los víveres y los demás objetos que contenía habían desaparecido igualmente.

Sólo habían dejado allí un remo roto y, por lo tanto, inservible, y algunos trozos de cuerda.

—¿Y qué hacemos ahora?—se preguntó Van-Stael que parecía anonadado.—¿Quién nos llevará ahora a

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