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XIX.—LOS   ÁRBOLES   DE   SAGÚ

SÓLO el vocerío de una bandada de papagayos rompía el silencio que reinaba en las orillas del río. El ruido de la batalla que habían oído la noche anterior nuestros náufragos, había cesado por completo. Al parecer, los piratas y sus enemigos se habían alejado definitivamente de aquellos lugares.

Abriéndose paso a través de las yerbas y de las plantas trepadoras, y avanzando con gran precaución y deteniéndose a cada paso a escuchar, para no caer en una emboscada, los náufragos se acercaron a la ribera arrojando una detenida mirada al río.

No vieron a nadie: ni a los piratas, ni a sus misteriosos enemigos, pero vieron claramente las huellas de un encarnizado combate.

Había matas tronchadas, yerbas pisoteadas y troncos de árboles erizados de flechas. El banco de arena, que la baja marea había dejado al descubierto, estaba sembrado de trozos de lanzas y cuchillos y de escudos rotos. Más allá, hacia la orilla izquierda, se veían medio hundidos en el agua del río restos que parecían ser de

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