—Sí; y viviría aunque le arrancaras los intestinos, pues no tardarían en reproducírsele.
—¡Qué animal tan extraño!—exclamaron los dos jóvenes en el colmo de la sorpresa.
—Pues esto es más extraño todavía—dijo el Capitán recogiendo otra olutaria, de cuya boca salía un pececillo de pocos centímetros de largo, vivo todavía.
—¿Tal vez un pez que no ha podido digerir?—preguntó Cornelio.
—No; es el compañero de la olutaria—respondió el Capitán.
—No te comprendo.
—Me explicaré mejor. Estos pececillos, no se sabe aún por qué motivo, viven en el vientre de estos moluscos. Les entran por la boca y se les pasean por dentro como si estuvieran en su casa.
—¿Y la olutaria los tolera?
—Desde luego que sí, pues con su poderosa contracción muscular podría expelerlos fácilmente, y, por el contrario, los deja en paz, como si la visita le fuera agradable.
—¡Es maravilloso!—exclamó Hans—. Y ahora dime, querido tío: ¿son tan excelentes como dicen los chinos estos moluscos?
—Tienen un sabor parecido a los calamares; pero son muy duros, y para comerlos se necesitan muy buenos dientes, porque son elásticos como la goma. A los