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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

más, y hubiéramos caído al suelo medio quemados, desde una altura de cincuenta pies.

—¿Pero por qué han huído los piratas, cuando ya nos tenían en sus manos?—preguntó Hans.

—Por el lado del río ocurre algo grave—dijo el Capitán—. ¿No oís voces?

—Sí; parece que se está riñendo allí una batalla—dijo Horn—. ¿Habrán sido atacados los piratas?

—Pero ¿por quién?—preguntó Hans.

—Por alguna tribu enemiga—respondió el Capitán—. Como os he dicho, los habitantes del interior están en continua guerra con los de la costa.

—Pues el ataque no ha podido ser más oportuno para nosotros—observó Cornelio—. ¿Oís?

Hacia el río se oía terrible clamoreo: eran gritos feroces, más de fieras que de seres humanos, y de vez en cuando sonaba un ruido como de tambor u otro instrumento análogo. Debía de estarse combatiendo allí encarnizadamente.

—No hay duda... es un combate—dijo el Capitán—. Alguien ha caído sobre los piratas por la espalda: quizás hayan sido los arfakis o los alfuras.

—¿Y los vencedores vendrán luego a atacarnos a nosotros?—preguntó Cornelio—. Las llamas de esa choza puede atraerlos, tío.

—Tienes razón; alejémonos de aquí cuanto antes, y dejémosles matarse a su gusto.

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