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XVIII.—LA CAZA DE
LAS TORTUGAS

L

a construcción aérea, acribillada de flechas encendidas, ardía por varios sitios. El techo, que era de bambúes cubiertos de paja, se había incendiado también por los dos extremos y el fuego había prendido hasta en la barandilla del corredor.

Las llamas, alimentadas por tantas materias combustibles, adquirían enorme desarrollo e iluminaban todo el campo circunvecino con sus rojizos resplandores. Una densa nube de humo tachonada de chispas, que saltaban en todas direcciones, se levantaba en el espacio. El fuego había prendido también en la plataforma inferior.

El Capitán y sus compañeros, imposibilitados ya de seguir en aquella hoguera, salieron al corredor a través de las llamas y de la humareda.

Al verlos los piratas, salieron de los matorrales lanzando gritos de triunfo y blandiendo sus parangs en son de amenaza.

—¡Canalla!—gritó Van-Horn—. ¡Ahí va eso!

El salvaje más cercano, herido por la bala del piloto, cayó a tierra dando un alarido de desesperación.

Aprovechando la confusión producida por aquel tiro,

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