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LOS PESCADORES DE TRÉPANG
pero, aunque con gran trabajo y recibiendo quemaduras, habían logrado los jóvenes apagarlo.
Aquella lucha no podía durar mucho tiempo. Los disparos de fusil no cesaban, pero arreciaba la lluvia de flechas. Veíaselas atravesar los aires y caer en los alrededores de la casa, y algunas de ellas en el techo.
—¡Tío!—exclamó a poco Hans con voz angustiosa—. ¡No podemos resistir más! ¡El techo está ardiendo!
—¡Maldición!—gritó, rabioso, Van-Stael.
—¡Vamos a morir asados!—gritó Cornelio—. ¡Huyamos, o la casa ardiendo se nos caerá encima!
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