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EMILIO SALGARI

aquel objeto encendido, antes de que prendiera fuego en las viguetas.

—¡Es una flecha!—gritó.

—¿Una flecha?—repitió el Capitán.

—Sí, una flecha; pero con un algodón ardiendo en la punta.

—¡Ah, pillos!—exclamó Horn—. Quieren quemar la casa sin acercarse.

Otra flecha inflamada partió de entre la maleza y se clavó en la pared de la choza, amenazando incendiar las esterillas de fibras y las hojas resecas. Hans logró arrancarla y apagar el algodón que llevaba en la punta.

—¡Si estimáis en algo la vida y no queréis morir asados, romped el fuego!—ordenó el Capitán—. Hay que espantar de aquí a los piratas, o no tardaremos en vernos envueltos en llamas.

Los náufragos rompieron nutrido fuego, dirigiendo sus tiros a los matorrales en que estaban ocultos sus enemigos; pero los piratas, decididos por lo visto a acabar de una vez con ellos, seguían lanzando flechas encendidas que iban a dar unas en la casa y otras en el corredor que la circundaba.

Hans y Cornelio corrían de un lado a otro para apagarlas, mientras sus compañeros seguían disparando, aunque sin lograr contener a los asaltantes.

Dos veces en el espacio de cinco minutos prendió el fuego en los bambúes y en las esterillas del corredor;

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