aquel objeto encendido, antes de que prendiera fuego en las viguetas.
—¡Es una flecha!—gritó.
—¿Una flecha?—repitió el Capitán.
—Sí, una flecha; pero con un algodón ardiendo en la punta.
—¡Ah, pillos!—exclamó Horn—. Quieren quemar la casa sin acercarse.
Otra flecha inflamada partió de entre la maleza y se clavó en la pared de la choza, amenazando incendiar las esterillas de fibras y las hojas resecas. Hans logró arrancarla y apagar el algodón que llevaba en la punta.
—¡Si estimáis en algo la vida y no queréis morir asados, romped el fuego!—ordenó el Capitán—. Hay que espantar de aquí a los piratas, o no tardaremos en vernos envueltos en llamas.
Los náufragos rompieron nutrido fuego, dirigiendo sus tiros a los matorrales en que estaban ocultos sus enemigos; pero los piratas, decididos por lo visto a acabar de una vez con ellos, seguían lanzando flechas encendidas que iban a dar unas en la casa y otras en el corredor que la circundaba.
Hans y Cornelio corrían de un lado a otro para apagarlas, mientras sus compañeros seguían disparando, aunque sin lograr contener a los asaltantes.
Dos veces en el espacio de cinco minutos prendió el fuego en los bambúes y en las esterillas del corredor;