hasta más allá del Timor. Pero aún no me han matado esos tunos, ni creo que lo consigan.
—Deja que vaya yo, tío—dijo Cornelio—. Corro como un ciervo, y si los piratas me siguen les haré que revienten antes de alcanzarme.
—No, sobrino mío; no quiero... ¡Ah!
Van-Stael se había vuelto de pronto hacia el sitio que en el bosque ocupaban los piratas, poniéndose pálido.
—¿Qué has visto, tío?—preguntaron con ansiedad Hans y Cornelio, montando los fusiles.
—He visto brillar una llama en las tinieblas.
—¿Dónde?—preguntaron todos.
—Hacia el bosque.
—¿Tratarán los piratas de incendiarnos la casa?—preguntó Van-Horn.
—Me lo temo—respondió el Capitán.
—Veo a los piratas que avanzan hacia nosotros—dijo Cornelio.
—¡Preparad las armas! Si prenden fuego a los horcones de la casa, estamos perdidos: ¿los ves, Cornelio?
—Están ocultos detrás de aquellas matas. ¡Ah!
Una cosa que ardía se elevó del sitio señalado y vino a caer, lanzando chispas, en la parte anterior del corredor. Cornelio, exponiéndose a caerse o a recibir un flechazo, salió al corredor y arrojó todo lo lejos que pudo