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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


—¡Es valiente esa canalla!—exclamó Van-Horn—. Si cortan unos cuantos horcones más, dan en tierra con la casa.

—Estoy tranquilo en cuanto a ese punto—dijo el Capitán—. Tenemos municiones para mil disparos por lo menos, y acabaremos con todos antes de que consigan derribar la choza.

—¿Creéis que repetirán el ataque?

—Después de esta segunda lección que han recibido, presumo que no se atreverán a acercarse. Parapetémonos en la plataforma, y estemos dispuestos a hacerles fuego al menor intento de avance.

Todos se colocaron junto a la puerta, con los fusiles preparados.

Los piratas no salían de la selva; pero se alejaban lo menos posible; pues de vez en cuando se oían sus voces, y alguna que otra flecha se acercaba silbando, aunque sin llegar a la cabaña aérea.

Sin duda habían cobrado miedo a las balas de los sitiados, pues se mantenían ocultos tras de los troncos de los árboles; pero parecían decididos a impedir a los náufragos todo intento de fuga. Probablemente contaban con obligarles a rendirse por hambre, recurso menos peligroso para los sitiadores y de más seguro éxito, pues los de la choza no podían resistir mucho tiempo la falta de agua.

La noche pasó sin novedad, y a la salida del sol tampoco

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