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LOS PESCADORES DE TRÉPANG
—Una flecha—dijo examinándola con precaución—. Ha sido disparada probablemente con una cerbatana.
Aquella flecha tenía como un palmo de largo: era una delgada caña de bambú espinoso, con una de sus puntas aguzada y la otra provista de un fleco de algodón. Toda ella parecía recubierta de una tintura vegetal.
—¿Estará envenenada?—preguntó Cornelio.
—Ciertamente, y os ordeno a todos que os retiréis al interior de la choza, porque la más leve herida de estas flechas es mortal. El upas es un veneno terrible.
—¿Serán los piratas quienes nos hayan lanzado esa flecha?
—Sin duda, Cornelio. Apresurémonos a ponernos en sitio seguro.
Abandonaron el corredor y entraron en la cabaña, en el momento en que una segunda flecha iba a clavarse en el techo.
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