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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


El Capitán tomó en la mano uno de aquellos moluscos y se lo enseñó a sus sobrinos. Este extraño habitante del mar parecía, en efecto, un cilindro, provisto, en una de sus extremidades, de un círculo de tentáculos plumosos; pero carecía de cabeza y de ojos, y su boca era una especie de agujero.

Tenía doce o quince pulgadas de largo, y su piel, que parecía muy resistente, mostraba a lo largo del cuerpo cavidades muy singulares, pues tan pronto se dejaban ver como se ocultaban.

—Es una olutaria bankolungan—dijo el Capitán—. Es una especie muy apreciada, y que los chinos pagan bastante cara.

—Y ¿cuál es la conformación de esos moluscos? No les veo ni cabezas ni ojos.

—No tienen cabeza ni ojos, Cornelio. Tampoco tienen oído ni olfato, pues les faltan los órganos de esos sentidos. Su cuerpo es un verdadero saco, envuelto en músculos muy fuertes, duros y resistentes, y parece no tener otra función que la de comer o, mejor dicho, devorar.

Viven en grandes familias en el fondo de aguas claras y tranquilas, y se arrastran como serpientes, apoyándose en las esponjas que suelen rodear sus cuerpos, y se nutren de algas marinas y de otros moluscos. Suelen tragarse hasta las arenas, piedrecillas y trozos de coral.

—¡Qué estómagos!—exclamó Hans—. Deben tener un aparato digestivo poderosísimo.

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