—¡Ya tenemos casa!—exclamó Hans.
—Una verdadera fortaleza—añadió Cornelio—. Desafío a los piratas a que nos descubran.
—Si es que no nos han descubierto ya—dijo el piloto entrando—. Me temo que esa canalla sepa más que nosotros.
—¿Has visto algo sospechoso?—preguntó el Capitán con inquietud.
—Quizás me engañe, señor Van-Stael; pero mientras retiraba las pértigas me pareció oir un ligero silbido por el lado de la selva.
—¿Habrán descubierto nuestras huellas?
—No lo sé, Capitán.
—Pero con esta obscuridad, ¿cómo?—preguntó Cornelio.
—Los salvajes tienen mejor vista que nosotros—respondió el viejo piloto—. A veces ven más que los animales nocturnos.
—¿Y para qué querrán hacernos prisioneros?
—Para apoderarse de nuestros fusiles, Cornelio—dijo el Capitán—. Su insistencia no se explica de otro modo.
—¿Aprecian mucho las armas de fuego?
—Naturalmente; porque sólo tienen arcos y cerbatanas. Con fusiles, estos piratas pueden llegar a ser verdaderamente invencibles para los naturales de la costa.
—Pues si quieren subir hasta aquí, ya tienen que hacer.