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EMILIO SALGARI


El Capitán, que había visto ya varias de aquellas casas, dió una vuelta alrededor de los horcones que la sostenían, y encontró dos pértigas que llegaban hasta la primera plataforma, desde la cual advirtió que partían otras dos hasta la casa.

—Esta habitación ha sido abandonada—dijo.

—¿Habrán sido muertos los propietarios?—preguntó Cornelio.

—Puede ser. Los papúes de la costa y los del interior se odian ferozmente y se destruyen unos a otros en sangrientas batallas; pero añadiré que los papúes son también muy aficionados a emigrar.

—Pues aprovechemos la ausencia de los propietarios y tomemos posesión de tan segura vivienda.

Iba ya a subir por una de las pértigas, cuando el Capitán le detuvo.

—Aguarda—dijo—. Algunos habitantes pueden haber bajado; pero es posible que haya otros arriba, y te matarían con sus flechas envenenadas. Antes quiero asegurarme de que no hay nadie.

Y, dicho esto, sacudió violentamente dos de los horcones de bambú. Toda la construcción tembló de la base a la cima con gran ruido, pero sin ceder, pues, como hemos dicho, esas edificaciones son solidísimas.

—Si hay arriba alguien durmiendo, ya despertará.

Esperaron con los ojos fijos en la cabaña aérea; pero ningún ser humano apareció en la plataforma; solamente

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