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EMILIO SALGARI

de escaleras para subir. Si a esta cabaña le faltan esas escalas, es que está habitada.

—Si lo estuviera, los papúes habrían oído nuestros disparos y no estarían durmiendo ciertamente—observó Hans.

—Tienes razón—dijo el Capitán—. ¡Qué suerte si estuviera vacía!

—¿La ocuparemos?—preguntó Cornelio.

—Sin perder tiempo. Desde lo alto podremos defendernos de los piratas, en el caso de que vengan a asaltarnos.

—¿Y no se caerá esa choza? Tengo poca fe en la solidez de su construcción.

—Esos edificios son muy resistentes, Cornelio, y desafían a los elementos. Los bambúes en que descansan y de que están construídos son fuertísimos, como sabes, a pesar de su ligereza. Seguidme, amigos, pero sin hacer ruido.

Los náufragos se adelantaron hacia la choza procurando ocultarse entre las yerbas y las plantas trepadoras que había esparcidas por aquella pequeña llanura, y se detuvieron al pie de los horcones del edificio, el cual era de enormes dimensiones. Aquella casa aérea, levantada treinta pies sobre el suelo, estaba admirablemente construída.

Los papúes comienzan, para construir esos edificios, por hincar firmemente en el suelo, a guisa de horcones,

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