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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

y que tienen veinticinco y hasta treinta pies de largas, y están dotadas de tan prodigiosa fuerza, que ahogan a un buey entre sus anillos.

Hacía una hora que caminaban, alejándose siempre del río para hacer perder sus huellas a los piratas, cuando de repente fueron a dar en un pequeño escampado rodeado de árboles.

Vió Cornelio, con gran sorpresa, alzarse casi en medio de aquel espacio descubierto, una masa negra, enorme, que parecía suspendida en el aire, a catorce o dieciséis pies del suelo.

—¡Tío!—exclamó.

—¿Qué has descubierto?—preguntó Van-Stael, saliendo del bosque.

—¡Mira!

—Es una casa de papúes—dijo el Capitán.—¡Mal encuentro, si está habitada!

—¿Una habitación?

—Sí, Cornelio. Los papúes para no dejarse sorprender por sus enemigos o por las fieras, construyen sus cabañas sobre altas estacas.

—Pero esa es inmensa.

—Suelen habitar muchas familias en cada una de esas casas aéreas. Son construcciones curiosas.

—¿Estará habitada?—preguntó Van-Horn.

—Pronto lo sabremos. Por la noche los inquilinos levantan los bambúes con entalles o muescas que les sirven

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