El piloto, el chino y Hans se pusieron a remar desesperadamente dirigiendo la chalupa hacia la orilla izquierda, mientras Cornelio y el Capitán, por medio de frecuentes disparos, mantenían lejos a los saurios, los cuales no parecían ya muy dispuestos a seguir atacando.
En pocos instantes la chalupa atravesó el río y atracó en la orilla, en medio de un enorme matorral de plantas acuáticas.
Iban a desembarcar, cuando por la parte baja del río oyeron voces humanas y batir de remos.
—¿Quién se acerca?—preguntó el Capitán.
—Los piratas, sin duda—respondió Van-Horn—. Han oído nuestros disparos y vienen a atacarnos.
—¡Después de los cocodrilos los piratas!—exclamó Cornelio—. ¡Qué dichoso país y qué hermosa noche!
—¡Callad!—dijo el Capitán.
Se inclinó hacia el agua y escuchó.
—Sí—dijo, después de algunos instantes—. Deben de ser los piratas que vienen río arriba. He oído el batir de muchos remos.
—¿Suben con las piraguas?
—Sí; deben de haberlas separado para hacerlas más ligeras, quitándoles el puente y el cobertizo. Escondamos la chalupa y huyamos a los bosques.