—Los piratas tienen que venir de la parte del mar.
—Es verdad; pero pueden haber desembarcado, para caer de espaldas y de frente sobre nosotros.
Van-Horn no respondió; pero movió la cabeza con aire de duda.
—¿Qué hacemos?—dijo Cornelio después de algunos instantes de silencio.
—Por ahora, vigilar las aguas. Si es un hombre, tendrá que subir al banco de arena para llegar hasta nosotros, y se descubrirá, pues por aquí no hay agua.
—Es verdad... ¡Calle! ¡Otra zambullida!
—Y otra más lejana.
—¿Estaremos rodeados?
—¡Oh!—gritó el marino—; ¡mirad allí!
Cornelio miró en la dirección que le señalaba, y vió a flor de agua masas negruzcas que se acercaban lentamente al banco de arena.
—¿Canoas?—preguntó levantándose.
—O cocodrilos—respondió el piloto.
—¿Los hay aquí?
—En todos los ríos.
—¿Querrán acometernos? Por fortuna, estamos en la chalupa.
—Pero encallados en medio de un banco, señor Cornelio, y en la absoluta imposibilidad de huir hacia las orillas. Si llegan aquí, no les será difícil entrar en la chalupa y aun destrozarla con sus formidables coletazos.