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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


—Batiendo las alas.

—¿Monos con alas? Tú sueñas, Horn.

—No, señor Cornelio. No diré que sus alas sean iguales a las de los pájaros, eso no. Consisten en una especie de membrana que les sale de las patas anteriores, se junta con las posteriores y se prolonga hasta la cola. Al mover las patas, mueven al mismo tiempo las alas, y vuelan, pero de cada vuelo sólo pueden atravesar unos doscientos pies o poco más, como os he dicho.

—¿Y sólo se crían en esta isla?

—Yo he visto muchos en el puerto de Dori y en los bosques de la c.

—¡Silencio!

—¿Otra vez?

—Sí; pero ahora no se trata de monos voladores.

Aguzaron los oídos y escucharon atentamente, conteniendo la respiración.

Por la parte alta del río percibieron un ruido como el que hace al caer un cuerpo pesado en el agua. Miraron en aquella dirección; pero la sombra que proyectaba el bosque era tan espesa, que no pudieron descubrir nada.

—¿Has oído, Horn?

—Sí, señor Cornelio—contestó el marino, con cierta inquietud.

—Alguien se ha tirado al río.

—Eso temo.

—¿Algún pirata, quizá?

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