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EMILIO SALGARI


—Tal vez un ave.

—No, Horn; era muy grande, y no tenía forma de ave.

—¿Qué queréis que sea entonces?

—No lo sé. ¿Sería un proyectil disparado por los papúes?

—Sólo usan flechas y lanzas, señor Cornelio.

—Lo sé; pero... ¡Mira!

Una masa negra, otra, sin duda, se había destacado de un árbol de la orilla derecha, y había pasado a través del río con extrañas ondulaciones produciendo una leve corriente de aire, y desapareciendo entre las plantas de la orilla izquierda.

—¿Lo has visto, Horn?—preguntó Cornelio.

—Sí; y sé lo que es.

—¿Un proyectil?

—No, señor Cornelio. Uno de esos volátiles que los malayos llaman Kubug, nosotros, gatos o zorras voladoras, y los naturalistas, galeopithecus, si no me equivoco.

—¿Qué clase de animales son?

—Parecen monos, más bien que gatos; tienen unos dos pies de altura, la cabeza pequeña, semejante a la de los chacales, el pelo rojo oscuro, y ejecutan vuelos hasta de doscientos pies. Hay otros de una especie parecida y de larga cola, pero que vuelan menos.

—¿Y cómo hacen para volar?

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