—Tal vez un ave.
—No, Horn; era muy grande, y no tenía forma de ave.
—¿Qué queréis que sea entonces?
—No lo sé. ¿Sería un proyectil disparado por los papúes?
—Sólo usan flechas y lanzas, señor Cornelio.
—Lo sé; pero... ¡Mira!
Una masa negra, otra, sin duda, se había destacado de un árbol de la orilla derecha, y había pasado a través del río con extrañas ondulaciones produciendo una leve corriente de aire, y desapareciendo entre las plantas de la orilla izquierda.
—¿Lo has visto, Horn?—preguntó Cornelio.
—Sí; y sé lo que es.
—¿Un proyectil?
—No, señor Cornelio. Uno de esos volátiles que los malayos llaman Kubug, nosotros, gatos o zorras voladoras, y los naturalistas, galeopithecus, si no me equivoco.
—¿Qué clase de animales son?
—Parecen monos, más bien que gatos; tienen unos dos pies de altura, la cabeza pequeña, semejante a la de los chacales, el pelo rojo oscuro, y ejecutan vuelos hasta de doscientos pies. Hay otros de una especie parecida y de larga cola, pero que vuelan menos.
—¿Y cómo hacen para volar?