—Huyamos—dijo el Capitán—. Ya que el camino está libre, remontemos el río.
Volvieron donde estaba la chalupa y se embarcaron, poniendo las armas a su alcance para estar prontos a hacer fuego.
Manteniéndose ocultos detrás de la isla, cuyas plantas eran suficientes para cubrirles, comenzaron a remontar el río remando en silencio, ayudados por la marea, que subía, empujando hacia atrás las aguas dulces.
Los piratas, ocupados en desencallar la piragua, no habían advertido nada, a lo que parecía, pues no se les oía gritar.
—¡Qué sorpresa van a llevarse cuando no nos encuentren en el islote!—dijo Cornelio.
—Nos buscarán; de eso estoy seguro—dijo el Capitán—. Esos tunos no renunciarán tan fácilmente a su presa; pero, si nos buscan, nos hallarán dispuestos a defendernos y no nos dejaremos sorprender.
—¿Habrá pueblecillos en las márgenes de este río?
—No lo sé; y hasta ignoro cómo se llama esta corriente de agua.
Procederemos, no obstante, con prudencia, y si vemos una aldea nos esconderemos en los bosques.
—Me parece que el río hace allí una vuelta—dijo Van-Horn.
—Mejor para nosotros. Escaparemos más fácilmente a la vista de los piratas. Avante, y no perdáis de vista las orillas.