de aquella tierra tienen pésima fama. Asaltan los barcos que se pierden en aquellos bajíos y escolleras y devoran a sus tripulantes.
Aún se recuerdan los casos de los barcos Chesterfield y Hormnzier, ocurridos en 1793.
Todas o casi todas aquellas islas son pequeñas, pero están muy pobladas.
Forman el archipiélago llamado del Príncipe de Gales, cuya isla mayor es la de Murray.
Los habitantes son belicosos y proceden, a lo que se cree, de cruzamientos de papúes y polinesios. Son, en general, negros, de estatura alta y bien conformados, con la frente despejada, la nariz regular y el cabello lanudo, que se tiñen de rojo. Se adornan el cuello con medias lunas de nácar y figurillas de hueso, y las orejas con conchas de tortuga.
Son buenos y audaces marinos, como los papúes de la costa y los polinesios, y usan piraguas de veinte pies de largo con velas de hojas entretejidas, con las cuales piratean por el Estrecho, asaltando a las tribus ribereñas de la costa australiana y de Nueva Guinea.
Al oir gritar al Capitán ¡el estrecho de Torres!, Cornelio y Hans se pusieron en pie.
—¿Ya?—exclamó Cornelio—; pero ¿dónde está la costa de Australia?
—Veo allí, a nuestra izquierda, una especie de niebla—dijo Van-Stael—: debe de ser la tierra de Carpentaria.
—¿Y esas montañas que tenemos ahí delante?