instinto que debían de ser barcas tripuladas por peligrosos isleños.
Seguíalas atentamente con la mirada, para ver si se acercaban, temiendo un inesperado abordaje, y había obligado al chino a preparar las armas para estar dispuesto a la defensa; pero la distancia no disminuía, sino que más bien parecía aumentar poco a poco, pues las luces iban siendo menos perceptibles.
Hacia las tres, una de ellas desapareció; pero la otra seguía brillando y parecía acercarse.
—¿Oyes algo?—dijo el Capitán al chino.
—No, señor; pero el fanal parece que quiere pasarnos por popa.
—Es cierto, muchacho. ¡Ah, si no estuviera tan obscuro!... Pero quizá sea mejor para nosotros, pues esa luz no debe ser la del fanal de un buque.
A las cuatro, el punto luminoso, que había cambiado de ruta, pasó, en efecto, a popa de la chalupa, pero a distancia de siete millas lo menos, y con dirección al Este.
Media hora después salió el Sol y por el Norte se descubrieron lejanas y altas montañas. Por el Este se veían muchas islas y grupos de escolleras.
El Capitán se levantó de un salto.
—¡El estrecho de Torres!—exclamó—. ¡Horn, Cornelio, Hans... todo el mundo en pie! ¡Hemos atravesado el golfo de Carpentaria!