—¿Sin brújula?
—Es un objeto desconocido para ellos; pero saben dirigirse sin ella y no se extravían. ¿Se guían por las estrellas o por el sol, o tienen un instinto maravilloso como las aves? Se ignora.
—¿Son malos los isleños del Estrecho?
—Pérfidos, Cornelio, y muy valientes.
—¿Hasta los papúes?
—Hay algunas tribus que ya no son salvajes, por su frecuente trato con nuestros compatriotas, que visitan el puerto de Deorj para adquirir conchas de tortuga, trépang, aves del paraíso, nidos de golondrinas, etcétera; pero los demás no tienen buena fama y algunos del interior son antropófagos.
—No ha mejorado, pues, nuestra situación.
—Tenemos nuestros fusiles y sabremos defendernos. Id a descansar, y no temáis. No perderé de vista esas dos luces.
El piloto y el joven se tendieron en el fondo de la chalupa, bajo una lona, y el capitán se sentó a popa, junto a la caña del timón, mientras el chino se apoyaba en el palo de la vela.
Las dos luces seguían brillando en el obscuro horizonte, siempre lejanas, por más que la chalupa adelantaba bastante. Parecía que ellas se dirigían también al Norte, siguiendo a los náufragos.
El capitán comenzaba a estar inquieto. Sentía por