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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

que llevan en el lomo y que sacan fuera del agua para que les sirva de vela, pasaban hacia el Nornoroeste, mostrando de cuando en cuando su cuerno óseo, arma formidable de que se sirven con bastante frecuencia. Se parecen al pez-espada, pero su cuerno no es aplanado, sino redondo. Son peces muy grandes, habiéndolos que pasan de doce pies. No vacilan en arremeter con la ballena y con el pez-perro, y a veces se atreven con los barcos.

Veíanse también muchas morenas, peces que en aquellas latitudes son de gran tamaño; medusas, extraños moluscos semejantes a bolsas vueltas hacia abajo y provistas de tentáculos. Algunas de esas medusas son enormes. Cornelio vió una que debía de pesar como cincuenta libras.

—Nunca he visto medusa tan grande: parece un gran paraguas—dijo.

—Pues aún las hay mayores—dijo el Capitán—, y que brillan por la noche como si llevaran en la bolsa una lámpara eléctrica.

—¿Son gelatinosas esas medusas?—preguntó Hans.

—Tan extremadamente gelatinosas son, que no pueden conservarse. En el agua parecen tener alguna consistencia; pero en la mano se reducen a una finísima membrana incolora. Una medusa que pese una arroba en el agua se reduce a unas dos onzas fuera de ese elemento.

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