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EMILIO SALGARI


No sólo no les faltó, pues, qué comer, sino que hasta se regalaron con la carne asada de esas aves, que es un manjar sabroso y delicado.

Después de mediodía el Capitán dió la orden de marcha.

La tempestad había cesado y el mar se iba calmando poco a poco y no ofrecía ya peligro.

Quedarse en aquel islote desierto y sin agua dulce, situado en un golfo tan poco frecuentado por los barcos, no era prudente. Urgíales llegar al estrecho de Torres y a la Nueva Guinea para acercarse al mar de las Molucas antes de que se les agotaran los víveres o volviera el tiempo a estropearse.

Desplegada la vela, atravesaron el canal y salieron al mar, poniendo proa al Nornoroeste, para mantenerse alejados de aquellos grupos de islas que se extienden por el estrecho de Torres y que están pobladas de caníbales.

El viento que soplaba al Sudeste, favorecía la marcha de la chalupa, la cual se deslizaba por las aguas del golfo con una velocidad media de cinco a seis millas por hora.

En ninguna dirección se veía barco alguno, ni isla, ni islote. Sólo el atol y sus escolleras, extendiéndose unos tres cuartos de milla de Norte a Sur, sobresalían de las aguas. En cambio, abundaban los peces. Muchos veleros, llamados así por una aleta natatoria

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