Estos seres, infinitamente pequeños, débiles, gelatinosos, levantan barreras que las tempestades no pueden destruír. Se apoderan de los átomos de carbonato de cal que hay en las aguas y los transforman en materiales de construcción, con los cuales forman rocas indestructibles.
¡Qué labor tan admirable la de estas miríadas de arquitectos, trabajando constantemente, de día, de noche, por años, por siglos, por centenares de siglos, sin cansarse jamás!
—¿Son muchas las islas construídas por estos maravillosos zoófitos?
—Se calcula que la superficie de todas juntas asciende aproximadamente a dos mil quinientas leguas cuadradas.
—No son muchas, tío. Yo creía que casi todas las islas del océano Pacífico eran coralíferas.
—Hubo un tiempo en que así se creía; pero hoy se ha comprobado que los zoófitos constructores sólo pueden vivir a pequeñas profundidades. Antes se suponía que se reunían en lugares muy profundos y allí comenzaban sus construcciones, elevándolas gradualmente hasta la superficie del mar; pero hoy se sabe que los cimientos de sus obras no pueden estar a más de ocho o diez brazas debajo de la superficie del agua.
—¿No es, pues, cierto lo que afirman algunos?
—¿Qué afirman?