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LOS PESCADORES DE TRÉPANG


Al Norte y al Sur se destacaban dos líneas de escolleras, prolongándose muchas millas en la misma dirección.

La mar estaba agitadísima en torno de aquel islote y de las escolleras.

Las olas se estrellaban furiosas en tales obstáculos con fragor tremendo, reventando en espumas, alejándose y volviendo furiosamente a la carga.

—¡Atención al paso, Van-Horn!—gritó el Capitán, que se había puesto pálido.

—¿Hay escolleras delante?—preguntó el piloto con la voz ligeramente alterada.

—No.

—Confiemos en que se podrá pasar.

La chalupa, levantada por una ola monstruosa, fué lanzada hacia el canal. Desapareció un momento entre las espumas, y poco después pudo vérsela levantada sobre la cresta de una ola, que la empujaba hacia adelante.

—¡Gobierna derecho, Horn!—gritó el Capitán.

Habían ya entrado en el canal del atol. Lo atravesaron con la rapidez de una bala y entraron en el pequeño mar interior del islote.

—¡Abajo la vela!—ordenó Van-Stael.

Hans y el chino la dejaron caer, mientras Van-Horn orzaba la barra, dirigiendo la chalupa hacia la orilla interior del atol. ¡Qué tranquilidad en aquel

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