se le ve relampaguear y como adornarse de espléndidas orlas de lucecillas azules, rojas y verdes, lanzando por la popa como un penacho de fuego que prolonga sus encendidas plumas hasta larga distancia.
El fenómeno es todavía más admirable cuando el mar está agitado.
Entonces son las olas las que parecen luminosas, como si no fuesen de agua, sino de fósforo líquido.
Esas luces parecen adquirir intensidad con el movimiento de las aguas: suben, bajan y se mezclan unas con otras, confusamente, formando movibles líneas de oro y plata, que se prolongan hasta las crestas de espuma, que también se hacen luminosas. Al chocar esas olas contra una costa o una escollera parece que la tierra o los escollos se incendian y de ellos se levanta una especie de niebla llameante que produce un efecto verdaderamente maravilloso.
Tal era el fenómeno que tanto había sorprendido a los náufragos del junco.
La distancia había impedido a Van-Stael darse cuenta desde el principio de lo que se trataba; pero al acercarse la chalupa a aquellos parajes lo comprendió perfectamente.
Las olas fosforescentes, rompiéndose con indecible furia contra la costa, lanzaban al aire sus espumas y salpicaduras, impregnadas de aquellos microscópicos organismos, y las cuales, mantenidas por el viento en