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EMILIO SALGARI


—Pronto lo sabremos, Capitán. El mar nos lleva hacia allá.

La chalupa, en efecto, se dirigía hacia la luz misteriosa, que se extendía de Norte a Sur en un espacio amplísimo. Sufría esa luz grandes oscilaciones y movimientos: unas veces parecía alzarse, otras bajarse; destacábanse a veces de ella múltiples puntas o crestas, y se rodeaba de una niebla brillante que vibraba con violencia. Surcaban aquella luz ciertas líneas o vetas brillantísimas que parecían de oro o de fuego, las cuales tan pronto se encendían como se apagaban y que cambiaban de lugar corriéndose de un lado para otro.

De pronto exclamó el Capitán: —¡Costa allí!

—¿Detrás de aquel fuego?—preguntó Cornelio.

—No es un fuego; es una espléndida fosforescencia marina. Allá distingo las olas luminosas rompiéndose en las escolleras y lanzando al aire su espuma fosforescente. ¡Atención, Van-Horn! ¡Ten firme la caña del timón!

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