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EMILIO SALGARI


—¡Escollera ante nosotros! ¡Orza la barra, Van-Horn!

El viejo piloto, sin perder un instante, volvió la barra a babor, y la chalupa huyó hacia el Norte, mientras el chino dejaba correr toda la cuerda de la vela.

Al resplandor de aquel relámpago Van-Stael y Cornelio habían visto una escollera como a quinientos pasos de la chalupa. Un momento de retardo o una falsa maniobra y la embarcación se habría estrellado en aquellas peñas.

—Nos hemos salvado por milagro—dijo el Capitán—. ¿Tendremos que luchar hasta el alba entre estas olas, que parecen ansiosas por tragarnos? ¿Podremos resistir hasta entonces?

—¡Tío!—exclamó Hans—. ¡Mira hacia allá!

—¿Qué ves?

—Un resplandor muy vivo. ¿No lo percibes tú?

—¿Un resplandor? ¿Tal vez el fanal de algún buque?

—No; más bien parece un incendio.

Todos volvieron la vista en la dirección indicada por el joven, y descubrieron a gran distancia una luz extraña que se destacaba en las tinieblas.

No parecía que la produjera un incendio, como el joven había supuesto; pero tampoco era fácil adivinar su verdadera causa. Parecía como una niebla luminosa

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