—Ahora botémosla al mar con la grúa de popa—dijo el Capitán.
—¿No la estrellarán las olas contra la nave?—preguntó Van-Horn.
—Lu-Hang y Cornelio bajarán en ella y tratarán de mantenerla separada del buque. ¡Ayudadme, amigos!
Reunieron sus fuerzas y arrastraron la chalupa hasta la popa, atando después a las anillas las cadenas de la grúa.
—¡A la chalupa!—gritó Horn.
El joven chino y Cornelio embarcaron, y la chalupa fué botada al mar, dejando correr las cadenas por sus garruchas. Apenas tocó el agua, una ola la levantó; pero, afortunadamente, en vez de estrellarla contra el junco, se la llevó hacia afuera, hasta donde lo permitían las amarras.
—¿Resiste?—preguntó Van-Stael.
—Se mantiene a maravilla sobre las olas—respondió Cornelio.
—¿Hace agua?
—Hasta ahora, no.
—Baja, Hans.
El joven se agarró a una cuerda, y, manteniéndose perfectamente sujeto para no ser arrastrado por las olas, llegó hasta la chalupa, ayudándole su hermano a embarcarse. Van-Horn le siguió ágilmente, a pesar