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EMILIO SALGARI


los tremendos embates del mar y la furia de los vientos? ¿Verían el sol del día siguiente?

Tales eran las inquietudes que atormentaban al Capitán y a Van-Horn, más prácticos que los otros en cosas de mar. Con todo, no perdían el ánimo, y para no asustar a sus jóvenes compañeros, trataban de parecer tranquilos y confiados.

El junco estaba perdido, y se hacía absolutamente preciso abandonarlo cuanto antes. El agua seguía entrando y ya casi llenaba la bodega, viéndose que el buque se hundía como si fuera de plomo. Las olas le pasaban ya por encima y entraban hasta en la cámara de popa, donde Van-Stael, Cornelio y Hans tenían sus literas, y en el departamento de proa, destinado antes a la tripulación china.

Los cuatro holandeses y Lu-Hang hacían a toda prisa los preparativos para el abandono del buque.

Tenían ya en la cubierta los fusiles, algunas hachas, municiones, víveres para una semana, un gran barril lleno de agua, remos, una vela, un palo para sostenerla y algunas mantas.

—¡A embarcar!—ordenó el Capitán.

En pocos minutos todos aquellos objetos fueron colocados en la chalupa, asegurados con cuerdas, y los víveres, las armas y las municiones envueltos en una gruesa tela impermeable.

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