—Y bien, tío—dijo Cornelio—; ¿podremos todavía salvar el barco?
—¡Imposible!—respondió Van-Stael, haciendo un gesto de rabia—. ¡Es demasiado tarde!
—Tenemos una bomba a bordo.
—¡Pero si tenemos lo menos doscientos barriles de agua en la bodega!
—Si se pudiera tapar el boquete...
—Y ¿dónde está? ¿Por qué no nos habremos dado cuenta antes de este desastre?
—Podemos buscarlo. Hasta ahora no hay más que tres pies de agua, y...
—¡Silencio!
El Capitán se había inclinado hacia el agua, aguzando el oído. Hacia popa se oía un sordo murmullo, que parecía producido por una corriente de agua.
—¡Aquí está!—dijo—. Baja, Lu-Hang.
El pescador se sumergió y se dirigió hacia popa, después de haberse desembarazado de la hen-pu (larga blusa de amplias mangas) y del ken-ku (especie de calzones cortos que usan los pescadores y que forman un doble pliegue sobre el vientre).
—Hacia allí—le dijo Van-Stael, indicándole el sitio donde sospechaba que estaba el boquete.
Se vió al pescador caminar por debajo del agua, llevando fuera la mano con que sostenía la linterna. Pocos minutos después salió, y dijo: