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lo que solicitaba, dejando que creyese, si queria, que aquel era un acto de obediencia.

De este modo quedó concluido el negocio; contenta la familia, que se libraba de un compromiso; contentos los frailes, que salvaban á un hombre y sus inmunidades sin granjearse enemigo alguno; conlentos los fanálicos por los privilegios de la nobleza, porque veian terminado el asunto con honra; contento el pueblo, que, al paso que veia salir de un pantano á un sujeto bienquisto, admiraba una conversion; y por último, contento más que todos, en medio de su dolor, el mismo Ludovico, el cual principiaba una vida de expiacion y de penitencia, que podia, si no reparar, á lo ménos enmendar el mal, y acallar los penosos estimulos de sus remordimientos. Afligióle un instante la sospecha de que su resolucion pudiera atribuirse al miedo; pero se consoló luégo con pensar que esta misına opinion sería para él un castigo y un medio de expiacion. De este modo å los treinta años vistió el hábito, y debiendo, segun el uso, tomar otro nombre, eligió uno que le recordase á cada inslante sus yerros, para purgarlos, y se llamó fray Cristóbal.

Concluida la ceremonia de tomar el hábito, le intimó el Guardian que fuese á hacer su noviciado al pueblo de*** á sesenta leguas de distancia, y que saliese al siguiente dia. Bajó el novicio la cabeza, y pidió una gracia, diciendo:

—Permítame vuestra reverencia que ántes de salir de esta ciudad, en donde he derramado la sangre de un hombre, y en donde dejo una familia gravemente ofendida, yo á lo ménos la resarza de semejante agravio y le manifieste mi pesar por no poder reparar el daño con pedir perdon al hermano del muerto y aplacar con el auxilio divino su resentimiento.

Pareciéndole al Guardian que semejante acto, además de ser en sí bueno, contribuiria á reconciliar cada vez más la familia con el convento, marchó en derechura á exponer al hermano del muerto el deseo del padre Cristóbal. Tan inesperada propuesta excitó en el ánimo del cabailero un nuevo arrebato de cólera; pero templado con vanidosa complacencia, y despues de haber estado pensativo algunos instantes, dijo: «que venga mañana;» y señaló la hora. Volvió el Guardian al convento con la noticia del permiso.

Pensó inmediatamente el caballero que cuanto más solemne y ruidoso fuese aquel acto de sumision, tanto más se aumentaria su crédito en el concepto de los parientes