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ehinos, que por culpa de él se hallaban en un gran compromiso. Hacerle salir del convento, y exponerle al rigor de la justicia, esto es, á la venganza de sus enemigos, era un partido sobre el cual ni siquiera se podia entrar en de- Jiberacion. Hubiera sido lo mismo que renunciar á sus privilegios, desacreditar el convento en el concepto del pueblo, granjearse la animadversion de todos los capuchinos del globo por haber dejado violar sus derechos, y concitar contra sí á todas las autoridades eclesiásticas, que entónces se consideraban como tutoras de aquellas inmunidades. Por otra parte, la familia del muerto, muy poderosa, y con relaciones de valimiento, habia jurado vengarse, y declaraba enemigos suyos á cuantos contribuyesen á estorbarlo. La historia no dice si sintieron mucho su muerte, ni tampoco si se derramó una sola lágrima en toda la parentela; solamente hace mérito de que los parientes ansiaban tener entre sus garras al matador vivo ó muerto, y tomando Ludovico el hábito, todo quedaba hecho tablas; porque de esta manera parecia aquello una retractacion pública, se imponia él mismo una penitencia, se declaraba implícitamente culpado, abandonaba todo empeño, y en fin, era un enemigo que entregaba ias armas. Por otra parte, los parientes del muerto podian cacarear, si querian, que se habia metido fraile por desesperacion, ó iemiendo su resentimiento; y últimamente reducir un hombre á desprenderse de sus bienes, á raparse la cabeza, á ir descalzo, dormir en la paja, y á vivir de limosnas, podia parecer un castigo más que suficiente áun al ofendido más orgulloso y vengativo.

Presentóse el padre Guardian con humildad desembarazada al hermano del inuerto, y despues de mil prolestas de respeto hácia la ilustre familia, y de su deseo de complacerla en todo cuanto estuviese en su mano, habló del arrepentimiento de Ludovico, y de su resolucion de entrar religioso, insinuando tambien con maña que la casa debia tener en ello una satisfaccion, y dando á entender, aún con más destreza, que, agradase ó no agradaso, la cosa debia verificarse. Furibundo se manifesto el hermano, pero el buen Padre dejó que desahogase su cólera, y sólo de cuando en cuando repetia: «Ese dolor es muy justo.» Dijo entre otras cosas que la familia sabria tomarse una satisfaccion; y el Capuchino, cualquiera que fuese su opinion, no le contradijo; por último pidió, ó, por mejor decir, exigió como condicion que el matador de su hermano saliese de la ciudad; y el Guardian, que asf lo habia resuelto, convino er.