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á comprometer á un hombre de bien que conoce lo que valen. Véte, véte, que no sabes lo que te dices. No quiero embrollos con mozuelos, ni oir semejantes boberías.

—Lo juro...

—Véte, repito: ¿á mí qué me importan los juramentos? no me meto en eso: lavo mis manos (diciendo esto restregaba una mano con la otra, como si realmente se las lavasė). Aprende á hablar: no se viene de esta manera á sorprender á un hombre de bien...

—Oiga usted, oiga usted,-repetia inútilmente Lorenzo.

Pero siguiendo el Abogado su tema, le empujaba hácia la puerta, y en cuanto llegó á ella la abrió de par en par, llamó á la criada, y le dijo:

—Devuelve á ese hombre al punto lo que ha traido, que yo nada quiero.

La mujer, que en todo el tiempo que estaba en aquella casa jamás habia recibido órden igual, se quedó admirada; pero esta vez fué tan terminante la que se le daba, que sin titubear tuvo que obedecer. Cogió, pues, las cuatro gallinas y se las entregó con sentimiento visible á Lorenzo, el cual, por cumplimiento, se negaba á recibirlas; pero el Abogado se mantuvo tan inflexible, que el pobre jóven tuvo que admitirlas y marcharse á su pueblo á contar el triste resultado de su expedicion á las dos mujeres, las cuales en su ausencia, despues de haber trocado los vestidos de boda por los humildes de todos los dias de trabajo, se pusieron á discurrir de nuevo sobre el particular, sollozando Lucía y suspirando Inés. Despues que ésta hubo hablado largamente del grande efecto que debia esperarse de los consejos del abogado Tramoya, dijo Lucía que era necesario apelar á todos los medios para salir del apuro; y siendo el padre Cristóbal un hombre capaz no sólo de aconsejar, sino tambien de obrar cuando se trata de favorecer á los pobres, hubiera sido muy conveniente informarle de lo que pasaba. Pareció muy bien á Inés, y ambas empezaron á cavilar acerca del modo; porque marchar ellas mismas al convento, distante quizá media legua, no era empresa que quisiesen aventurar aquel dia; y á la verdad que tampoco ningun hombre sensato se la hubiera aconsejado. Miéntras asi estaban trazando medios, llamaron á la puerta con un pausado, pero claco Deogracias.

Figurándose Lucía quién podria ser, corrió á abrir, y en efecto, bajando la cabeza entró el lego limosnero de los capuchinos con un saco al hombro izquierdo, y la extre-