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-Que tengas paciencia por algunos dias... En fin, hijo mio, unos dias no es la eternidad... Vaya, ten paciencia.

—Por cuánto tiempo?

—No vamos mal,-dijo para sí D. Abundo.

Y con modo afectuoso contestó:

—Así como unos quince dias, y en este tiempo indagaré...

—iQuince dias! jahora sí que estamos bien! Se hizo todo cuanto usted quiso; se señaló el dia; el dia llegó, y ahora salimos con haber de esperar otros quince! ;Quince demonios!-prosiguió dando un golpe sobre la mesa.

Y bubiera continuado con el mismo tono y estilo, á no haberle interrumpido D. Abundo, cogiéndole una mano con cierta amabilıdad tímida y oficiosa, y diciendo:

—Vaya, vaya, Lorenzo, no te alteres por Dios: yo trataré, yo veré si en una semana...

—Y qué, le diré yo á Lucía?

—Que ha sido una equivocacion.

Y las gentes qué dirán?

—Diles á todos que yo he tenido la culpa por servirte demasiado presto. No temas, échame á mí las cargas.

¿Puedo hacer más?... Ea, juna semana!...

—Y luégo no habrá más entorpecimientos?

Čuando yo te lo digo...

—-Pues bien, aguardaré una semana; pero cuente usted que pasada ésta, no me satisfarć con chanzonetas. Entre tanto, páselo usted bien.

Con esto se marchó manifestando en su despedida más despecho que urbanidad.

Saliendo á la calle y dirigiéndose disgustado á casa de su novia, iba discurriendo en medio del enojo acerca de la pasada conferencia, y le parecia cada vez más extraña. La acogida reservada y fria de D. Abundo, sus palabras inconexas, sus ojos azules que miéntras hablaba volvia de una parte å otra como si temiera que desmintiesen sus dichos, el hacerse de nuevas respecto de un casamiento concertado con tanta anticipacion y formalidad, y sobre todo el indicar siempre una gran cosa sin decir nada claro; todas estas circunstancias reunidas daban en qué pengar á Lorenzo, y sospechaba que hubiese algun misterio diferente del que indicaba D. Abundo.

Estuvo dudando un momento si volveria atras para hacerle hablar claro, cuando en esta incertidumbre vió á Perpetua que iba á entrar en un huerto, junto á la casa del mismo Cura. Dióle una voz cuando iba á abrir la puerta,