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las personas más pacificas. La acogida séria y misteriosa de D. Abundo formaba una contraposicion particular con las maneras joviales y francas del mancebo.

—¿Si tendrá la cabeza ocupada en algun grave negocio?-discurrió para sí Lorenzo.

Y luégo dijo:

—Tenga usted muy buenos dias, señor Cura. Vengo á saber á qué hora le parece á usted que nos veamos en la iglesia.

—Sin duda querrás decir qué dia.

—¿Cómo qué dia? No se acuerda usted que hoy es el que está señalado?

—¿Hoy?-replicó D. Abundo, como si fuera la primera vez que oia hablar del asunto.-Hoy... hoy: pues ten paciencia, porque hoy no puedo.

No puede usted hoy? ¿Qué ha sucedido?

—Ante todo, estoy desazonado.

—Lo siento; pero es tan poco y de tan corto trabajo lo que tiene usted que hacer...

—Luégo hay... hay...

—¿Qué es lo que hay señor Cura?

—-Hay embrolios.

—¡Embrollos! No sé qué embrollos puede haber.

—Fuera preciso estar en mi lugar para saber cuántos entorpecimientos se encuentran en este oficio, cuántas cuentas hay que dar. Yo soy demasiado blando de corazon; trato de vencer obstáculos, de facilitarlo todo, de hacer las cosas á gusto de los demas, y luégo para mí son las reconvenciones.

—Por amor de Dios, no me tenga usted en ascuas; dígame usted de una vez lo que hay.

—įSabes tú cuántas formalidades se necesitan para hacer un casamiento en regła?

—Algo debo saber de eso,-dijo Lorenzo, empezando á alterarse,-pues tanto me ha quebrado usted la cabeza estos dias pasados; pero ahora, ¿no se ha hecho todo lo que habia que hacer?

—Sí, todo: á tí te lo parece. El tonto soy yo, que para que las gentes no penen he dejado de cumplir con mi obligacion; pero ahora... basta; sé lo que me digo. Nosotros los pobres curas nos hallamos entre la espada y la pared; vosotros impaeientes... Yo á la verdad te disculpo, pobre muchacho; pero los 3uperiores... Basta; no se puede decir todo : nosotros, en fin, somos los que pagamos el pato.

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