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á la puerta del comedor cuando entró su amo, tan mustio, y con las facciones tan alteradas, que no se necesitaban los ojos expertos de Perpetua para conocer al instante que le habia sucedido algun contraliempo.

—Jesus! Señor, qué tiene usied?

—Nada, nada,-respondió D. Ahundo, sentándose con agitacion en su silla poltrona.

Cómo nada? A mf me lo querrá usted decir! Segun esa cara, es imposible que no le haya á usted sucedido alguna cosa.

—Déjame en paz por Dios! Cuando digo que no es nada, 6 es nada, 6 es cosa que no puedo decir.

—¿Conque lampoco á mí? ¿Quién cuidará de la salud de usted? iquién le dará un buen consejo?

—Vaya, calla, y dáme un poco de vino.

—Y usted querrá darme á entender que no tiene nada?- dijo Perpetua llenando el vaso, que mantenia luégo en la mano, como si no quisiese soltarlo sino en pago de que le declarase lo que —Tráelo, tráelo,-dijo D. Abundo.

Y tomando el vaso con mano no muy firme, se echó al euerpo el vino tan aprisa como si fuera una purga.

—Conque tendré yo que ir á preguntar por la vecindad qué es lo que le ha sucedido á mi amo?-dijo Perpetua de pié delante de él, puesta en jarras y con los ojos clavados en su rostro.

—iPor amor de Dios, no me fastıdies! déjate de alharacas. Se trata... nada ménos que de la vida.

—¿De la vida?

—Sí, de la vida.

—Bien sabę usted que cuando me ha dicho algo en confianza, jamás...

—S1, como cuando...

Advirtió Perpetua al momento que habia tncado mala tecla, y variando de registro:

—Señor,-dijo con voz enternecida y para enternecer,- yo sienpre he querido á usted, y si ahora deseo saber lo que le ha sucedido, no es más que porque me intereso en aliviar á usted, en socor Lo cierto es que D. Abundo lenia tanta gana de echar fuera su secreto, como Perpetua de saberlo; por lo que, despues de haber repelido cada vez más débilmente sus várias acometidas, despues de haherle hecho jurar por más de una vez que no resollaria, por fin con muchas interrupciones y muchisimos intercalares le contó el sucesoaconsejarle y conso 'arle.