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-Es un malhechor,-decia el Escribano en voz baja á los que le estaban encima:-es un ladron cogido infraganti; retírense ustedes y den paso á la justicia.

Pero Lorenzo, viendo la suya, y que las caras da los esbirros se ponian de color entre blanco y amarillo, asi no me ayudo ahora, dijo en su mente, estoy perdido;» y levantando la voz prosiguió:

—Amigos, me llevan á la cárcel, porque ayer clamé por pan y justicia. Nada he hecho, soy un mozo honrado; favorecedme, no me abandoneis, amigos.

Levantóse desde luégo una contestacion, un murmullo favorable, y en seguida gritos más decisivos. Los esbirros al principio mandan, despues piden, y por último, ruegan á los más inmediatos, para que se retiren, y dejen libre el paso; pero la turba, al contrario, apremiaba con más ahinco. Viendo los esbirros la cosa mal parada, sueltan las manillas y sólo tratan de meterse entre la muchedumbre para escurrirse sin ser notados. Deseaba el Escribano hacer lo mismo, pero le vendia la capa negra. El pobre diablo, con la cara descolorida y el corazon encogido, procuraba achicarse haciendo esguinces para salir de aquella apretura; pero no podia levantar la vista, sin verse á lo ménos veinte brazos encima. Se esforzaba por parecer un extraño, que pasando por aquel punto se habia visto encerrado entre aquella gente, y encontrándose cara á cara con uno que le miraba con más ceño que los demas, puso un gesto de risa, y preguntó:

—¿Qué bulla es esta?

—jAnda cuervo! igavilan!-le respondió aquél.

—jGavilan! igavilan!-repitieron mil voces á un tiempo.

A los gritos se agregaron los empujones, tanto, que ya con sus propias piernas, ya con los codos ajenos no tards en conseguir lo que más deseaba entónces, que era el verse fuera de aquella apretura.