del libro para ver lo que hacian. Convencido de que se dirigian á él, le pasaron por la cabeza varios pensamientos.
El primero de todos fué el de discurrir rápidamente si entre él y los bravos habia alguna senda á derecha 6 á izquierda; pero no la habia. Hizo despues un rápido exámen para averiguar si habia hecho ofensa á algun poderoso vengativo; bien que le tranquilizó en parte el testimonio de la conciencia. Acereábanse entre tanto los bravos teniendo los ojos fijos en él. Puso entónces los dedos indice y medio de la mano izquierda entre el alzacuello como para sentarlo bien, y dando vuelta con ellos alrededor del cuello, volvia la cara todo lo que podia, torciendo al mismo tiempo la boca y mirando de reojo hasta donde alcanzaba, para ver si parecia gente por aquel contorno; pero no vió á nadie. Echó una mirada tambien inútilmente por el lado de la cerca á los campos, y otra con más disimulo delante de sí, sin ver más alma viviente que los dos bravos.
En semejante apuro no sabía qué hacerse. De volver atras ya no era tiempo: echar á correr era lo mismo que decir seguidme, 6 quizá peor: viendo, pues, que no podia evitar el peligro, se determinó á arrostrarle, porque aquellos momentos de incertidumbre eran para él tan penosos, que ya sólo pensaba en abreviarlos: de consiguiente, aceleró el paso, rezó un versículo con voz más alta, compuso el semblante lo mejor que pudo, manifestando serenidad y şosiego, se esforzó por preparar una sonrisa, y cuando se halló enfrente de los dos perillanes, dijo para si: ahora es ello,» y se quedó parado.
—Scñor cura,-dijo uno de los bravos, mirándole de hito en hito.
—¿Qué se le ofrece á usted, amigo?-contestó inmediatamente D. Abundo levantando los ojos del breviario que tenía abierto en las dos manos.
—¿Está usted en ánimo-prosiguió el otro con tono amenazador-de casar mañana á Lorenzo Famallino con Lucía Mondella?
—Ciertamente,-respondió con voz trémula D. Abundo;- es decir, que como no hay dificultad ni impedimento...
Usledes son personás que conocen el mundo, y saben cómo van estas cosas. El pobre cura nada tiene que ver ca eso:
hacen entre ellos sus enjuagues, y luégo vienen á nosotros como... en fin...
—-En fin,-interrumpió el bravo con voz moderada, pero con el tono de quien manda,-tened entendido que este casamiento no se ha de hacer ni mañana, ni nunca.