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ponen á buscar con ménos silencio; no hay rincon que no registren trasteando por la casa de arriba abajo. Miéntras estaban ocupados en la faena, los dos que guardaban la puerta de la calle oyen venir álguien hácia ella y acercarse con menudos y presurosos pasos, y suponiendo que cualquiera que sea pasará adelante, se quedan quietos sin dejar de estar prevenidos para todo evento. Cesan las pisadas á la puerla, y era Mingo que venia enviado por el padre capuchino para avisar á las dos mujeres, que por amor de Dios huyesen al instante y se refugiasen al convento, porque... El porqué ya lo saben nuestros lectores.

Agarra Mingo la aldaba para llamar, y advierte que está desclavada: «Qué es esto?» dice para sí, y atemorizado empuja la puerta, que se abre sin resistencia. Mete un pié dentro con gran cautela, y se siente coger por ambos brazos y que en voz baja le dicen: «Si chistas, mueres.» Mingo, al contrario, da un grito furioso: uno de los bandoleros le pega un bofeton en la boca, y el otro saca un puñal para asustarle. Tiembla el pobre muchacho como un azogado, sin pensar en gritar, cuando de repente, y con otro tono, suena el primer toque de la campana, y tras de aquel otros. El que mal anda siempre está en brasas, dice un refran milanés; así es que á los dos bandoleros les pareció oir en aquel toque de campanas, su nombre, su apellido y apodo; por lo cual soltaron más que de prisa á Mingo, metiéndose en la casa en donde estaban los demas. Mingo en libertad, echó á correr por la calle, tomando el camino del campanario, en donde por lo ménos debia haber algunas personas. La misma impresion hizo la campana en los demas guapos. Con esto se aturden, se confunden, tropiezan unos con otros, y cada uno busca el camino más corto para coger la puerta: sin embargo, era gente á toda prueba, y acostumbrada á no arredrarse por cosa alguna; pero no pudieron mantenerse firmes contra un peligro indeterminado y que no previeron ántes de que se les echase encima.

Fué necesaria toda la superioridad del Canoso para que no se desbandase la chusma, y se convirtiese en fuga la retirada. Así como el perro que guarda una piara de cerdos, corre de una á otra parte para reunir á los que se desbandan, acometiendo á la oreja del uno, mordiendo el rabo del otro, y ladrando al más descarriado, de la misma manera atrapa el Canoso á uno que ya tocaba el umbral de la puerta, detiene con el bordon á dos que estaban cerca de ella, grita á otros que corrian sin saber dónde, tanto