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un niño, que no poseia un gage tan útil como es el don de la voz sino desde cinco minutos y algunos segundos antes, anunció á los comensales de la Casa de Caridad, el hecho de una nueva carga que su entrada en el mundo iba á imponer á la parroquia.

En el mismo instante que Oliverio daba esta primera prueba nada equívoca de la fuerza y de la libertad de sus pulmones, la manta estropeada que cubría la cama de hierro, hizo un ligero zurrido y dejó ver el rostro pálido y lívido de una jóven que levantando penosamente la cabeza, dijo con voz languida estas palabras que á penas pudieron oírse: ―­Que yo vea á mi hijo antes de morir..!

El cirujano que estaba ante la chimenea, presentando ambas manos al fuego y frotándolas alternativamente; se levantó á la voz de la jóven, y acercándose al lecho dijo con mas dulzura de la que podia esperarse en él:

―Oh! no es el caso de hablar aun de morir!..

—Bien seguro que no pobre jovencita!.. Que Dios no lo permita!..­— añadió la enfermera, metiendo de prisa en su faltriquera una botella, de la que acababa de apurar parte de su contenido en un rincon, con un placer evidente.—Que Dios no lo permita!.. Cuando habrá llegado á mi edad, querido caballero, y habrá tenido como yo trece niños de su propiedad de los cuales el buen Dios se me ha llevado once y los dos restantes están conmigo en la casa, entonces en vez de dejarse aniquilar por la tristeza, obrará de muy diferente modo.―Y dirijiéndose á la parida: ―Vamos zalamerilla, pensad en la dicha de ser madre y en que es necesario vivir para vuestro hijuelo. Pensadlo como una buena muchacha.

Esta prospectiva consoladora de las delicias de una madre, no produjo todo el efecto que era de esperar: la enferma sacudió la cabezaen señal de duda y estendió los brazos hacia su hijo. Habiéndoselo presentado el cirujano, imprimió con pasion sobre la frente del inocente sus labios frios y descoloridos; luego,