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cuna. En cuanto á Noé, poco ha faltado que no haya sido muerto al entrar yo en la cocina.

— Pobre muchacho! — dijo la Señora Sowerberry dirijiendo una mirada compasiva á su aprendiz.

Noé que era mas grande que Oliverio á lo menos de cabeza y hombros, viéndose el objeto de la conmiseracion de las señoras se frotó los ojoş con las palmas de las manos en ademan de llorar.

— Qué hacemos ahora? — esclamó la Señora Sowerberry — Mi marido no está en casa; no hay aquí nadie y antes de diez minutos el malvado hundirá la puerta.

Las violentas sacudidas que Oliverio daba á la susodicha puerta hacían al temor muy fundado.

— Dios mio! Dios mio! A la verdad no sé señora! — dijo Carlota­ á menos que no vayamos á buscar los agentes de policia.

— 0 bien la guardia. — Propuso el señor Claypole.

— No; no. — repuso la Señora Sowerberry pensando de pronto en el antiguo amigo de 0liverio — Noé; corre á buscar á Mr. Bumble; dile que venga aquí sin dilacion, sin perder un minuto. No importa tu gorra; despachate y por una oja de cuchillo sobre tu ojo durante el camino; esto calmará la hinchazon.

Noé sin cuidarse de responder se precipitó fuera de la casa y corrió con toda la ligereza permitida á sus piemas. Las gentes que encontró en el camino no se sorprendieron poco al ver un muchacho de la escuela de la caridad corriendo desalentado por las calles sin gorra en su cabeza y con una hoja de cuchillo sobre su ojo.