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— Socorro! — gritó Noé — Cár...lota! Se..ño..ra! Oliverio me asesina! Socorro! socorro!

Los aullidos de Noé fueron oidos por Carlota que respondió á ellos con un grito penetrante y por la Señora de Sowerberry cuya voz se elevó á un diapason todavía mas alto. La primera se abalanzó á la cocina por una puerta lateral, y su ama se paró en la escalera hasta estar segura de que sus dias no corrían peligro.

— Miserable pilluelo! — gritó Carlota sacudiendo á Oliverio con toda su fuerza que igualaba cuando menos á la del hombre mas robusto — Ingrato! infame! asesino ! — y á cada silaba asestaba un famoso puñetazo y un robusto chillido todo por el bien de la sociedad.

A pesar de que el puño de Carlota no era muy ligero, la Señora Sowerberry temiendo sin duda que no produjera todo el efecto necesario para calmar la cólera de Oliverio se precipitó en la cocina lo cogió con una mano por el cuello y con la otra le arañó el rostro mientras que Noé aprovechándose de esta ventaja inmensa, se incorporó y le dió sendos golpes por detrás.

Este ejercicio demasiado violento no podia prolongarse mucho; tendidas de fatiga las dos mugeres á fuerza de sacudir y arañar, arrastraron al niño que gritaba y se debatia mas bien por furor que por miedo hasta la carbonera y allí lo encerraron con llave. Despues de este esfuerzo supremo la Señora Sowerberry se dejó caer en una silla y prorumpió en copiosa llanto.

— Bondad divina! El ama se pone mala! — dijo Carlota Noé! pronto querido, un vaso de agua.

— Ay! Dios mío! Carlota! — dijo la Señora Sowerberry con voz balbuciente á causa de una fatiga de respiracion y de una cantidad de agua fria que Noé le habia arrojado á la cara y espaldas — Oh! Carlota! Por dicha no hemos sido asesinados todos en la cama.

— Ah!! si; ha sido una gran fortuna señora! — respondió esta. — Esto le enseñará al amo á no introducir jamás en su casa á esos seres horribles que han nacido ladrones y asesinos desde su