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Oliverio — Dad a ese muchacho algunos de los pedazos de fiambre que habeis apartado esa mañana para Frip: puesto que no ha vuelto a casa en todo el dia se pasará sin ellos. Creo que no te sabrá mal el comerlos, no es verdad?

Oliverio, cuyos ojos chispearon al oir hablar de fiambre, y que anticipadamente se estremecia con el deseo de devorarlos, respondió inmediatamente que no y fué colocado ante él un plato de fiambre compuesto de los pedazos mas groseros y heterogéneos.

En un minuto Oliverío engulló todo lo que habia en el plato sin darse la pena de mascarlo. La Señora Sowerberry le contemplaba con horroso silencio considerando este apetito como de siniestro augurio para el porvenir. Luego le condujo en medio de los ataudes y con su agasajo ordinario le encajó debajo el mostrador que era el dormitorio destinado al novel aprendiz.