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ellos dió á entender á sus compañeros que á menos que no se le concediese otra escudilla de puches por dia, se veria en la necesidad de comerse una hermosa noche á su camarada de lecho. Díciendo esto tenía los ojos hoscos, y le creyeron capaz de hacerlo; por lo que se hicieron á las pajitas quien de ellos durante la cena iría á pedir al Escanciador una segunda escudilla de puches. La suerte cayó á Oliverio.

Apesar de ser un niño el hambre le habia exasperado. Se le vantó pues de la mesa, y alarmado el mismo de su temeridad, se adelantó hacia el Escanciador.

-Caballero; quereis hacerme el favor de otra?. El Escanciader se puso pálido y tembloroso. Miró al joven rebelde con un asombro estúpido. Los ayudantes quedaron estupefactos de sorpresa y los niños de terror.

—Que quieres?― preguntó con voz alterada.

―Quisiera mas si os place, caballero. —respondió Oliverio.

El Escanciador asestó en la cabeza del muchacho un golpe con su cuchara de barro, lo cojió por el cogote y llamó al pertiguero á grandes voces.

Los Administradores estaban reunidos en gran conclave, cuando Mr. Bumble se precipitó fuera de si en la Sala del consejo.

―Señor Limbkins! ― dijo dirijiéndose al caballero gurdo que ocupaba la silla de la presidencia. ―Perdon , Si os interrumpo! Señor Limbkins, Oliverio ha pedido mas puches!

Un murmullo general se levantó en la asamblea; una expresion de horror se pintó en todos los semblantes.

―Ha pedido mas?―dijo Mr. Limbkins. -­Calmaos Bumble, y respondedme claramente.

―Quereis decir que ha pedido mas despues de haber comido la racion que la regla de esta casa le señala?

― Si Señor! ― replicó Bumble.

―No cabe duda!. Ese niño algun dia eolgará de una horca.

―dijo Otro hombre mas gordo y con chaleco blanco.

Nadie contestó á la profecía del orador. Se empeñó un vivo